Mamerto Rosales
ANCHUROSO CORREDOR
Hoy he vuelto a transitar por ese anchuroso corredor por el que muchas veces caminé de niño colgado de tu mano.
No sentiste mi llegada. En tu cuarto percibí aún el ajetreo de la máquina que se movía sin cesar, ante aquella costura ajena que colmara las bocas apremiantes de tus hijos.
Y en tu cocina respiré aquel rico aroma de “gorditas de harina” que tus manos amasaban cuando la lluvia se fundía entre los “belenes” con que has prendido tu patio.
He llegado al comedor, ese enorme espacio que tantas navidades ha sabido de risas… de abrazos… y de llantos.
Apareces de pronto, lentamente, subiendo de la huerta florida donde corrí de niño entre cafetos, platanares y guayabos.
Traes precisamente entre tus manos -otra vez como antaño-, porción bastante de la jugosa fruta que tus manos trastocaron en delicioso “guayabate”.
Tu figura ya cansada por los años, me descubre sentado en ese corredor; ese corredor tapizado de ladrillos lustrosos, muy de mañana, diariamente, y que supieron de tus cuitas y alegrías, confundidas con tus lágrimas entre el agua que esparcía aquel trapero viejo, confeccionado con ropa de desuso.
Llegas hasta mí… y ahora eres tú la que en fundido abrazo parece colgarse de mi cuello. La sonrisa se desprende de tu boca
Por ese mismo corredor se esparce el olor de la leche hirviendo que se tira en la cocina y que te hace dar pequeños “brinquitos de talón”, para apagar la flama.
Mi padre te “chiflaba” advirtiendo el hecho… mientras allá, tras el portón, en otros tiempos de madera y cristales chinos de colores, a manera de vitral, he vuelto a escuchar la voz que te grita cariñosa desde lejos: “¡Chabelita Coriaaaa!”.
Por fin te sientas junto a mí. Mis ojos escudriñan tu rostro y advierten a través de los tuyos, ese camino de vendavales que has resistido estoica y valerosa.
Te miras cansada… pero tus ojos, que aunque por muchos años han sido el crisol de triunfos y derrotas de tus hijos, no parecen perder ni su brillo ni su aplomo.
El invierno plateado que asoma ya en tus sienes -después de 90 primaveras-, no es obstáculo para que tu diestra se levante, y haciendo la señal de la cruz, persigne, a quien ha vuelto a caminar por ese vasto corredor.
Sí, he transitado nuevamente por ese anchuroso corredor, pero ya no ahora de tu mano, sino llevando a dos niños de las mías, tal como lo hacías conmigo, ha muchos años… colgado de tu mano.
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