February 19, 2010
— 12:33 am
De principio a fin, el affaire de la renuncia de Fernando Gómez Mont al PAN pero no a la Secretaría de Gobernación, marcan un rasgo inequívoco de disfuncionalidad en la Presidencia, atribuible directamente a Felipe Calderón. Gómez Mont negoció el eventual destino de todo un estado -Oaxaca- a cambio de un fallido apoyo para la Ley de Egresos a espaldas del Presidente, y no lo despidió. Para salvarle cara, instruyó al líder nacional del PAN, César Nava, que trabajara con el Comité Ejecutivo Nacional una candidatura testimonial, o débil incluso, en Oaxaca, pero lo desobedeció.
Calderón tiene en su jefe de gabinete a un secretario que va por la libre y a un líder nacional del partido en el poder que se conduce como si estuviera en la oposición. Gómez Mont dijo que no tiene porqué informar al Presidente de todo lo que hace -aunque ello implique la redefinición de la política económica y la relación con la oposición-, y se enfrentó al poliburó panista encabezado por Nava, al cual tampoco alertó sobre los deseos de Calderón para buscar otras opciones. A ambos se les puede señalar haber estado equivocados en sus diagnósticos y sus apuestas, pero en el desenlace del sainete entre ellos, la responsabilidad final recae en el Presidente.
Indignado por la manera como el conflicto entre sus dos principales operadores políticos giraba a favor de Gómez Mont, Calderón autorizó a sus colaboradores y a miembros del gabinete a contar la historia de cómo el secretario de Gobernación lo traicionó. Unos buscaron periodistas y otros aceptaron hablar abiertamente de un tema que habían esquivado. Por órdenes presidenciales rompieron la institucionalidad y sacaron literalmente, toda la ropa sucia palaciega al tendedero de la opinión pública.
Con la información y el mandato que les dio el Presidente, narraron con detalles la hoja de ruta del desencuentro entre Calderón y Gómez Mont, sus omisiones -como informarle de un acuerdo que no era menor sino fundamental-, su rebeldía -Calderón le pidió no hablar al Consejo Ejecutivo Nacional para argumentar su rechazo a las alianzas-, la forma incriminatoria como redactó su carta de renuncia al PAN -que exhibió al Presidente-, y les soltó la boca para que describieran su estado de ánimo en contra de su jefe de política interna. “El Presidente lo quiere despedir, pero necesita las condiciones para ello”, dijo un secretario de Estado.
La operación fue un éxito. El martes, tras el cúmulo de información alimentada por el propio Calderón, Gómez Mont se atoró en contradicciones cuando explicó en varias entrevistas sus motivos. Olía a muerto. Pero del ataúd, que descansaba en la fosa del cementerio político, Calderón dio una nueva instrucción: bajar el perfil de la exposición del secretario y hacer un nuevo control de daños, antagónico al que días antes había ordenado. En una entrevista con una televisora local, el Presidente habló de la lealtad de Gómez Mont -aunque en privado diga lo contrario-, con lo cual dio una bocanada de oxígeno al defenestrado funcionario.
En el área de urgencias del hospital político de Los Pinos, la ayuda a Gómez Mont le restó vida política al Presidente, quien se sumió en la esquizofrenia de su liderazgo y en la demostración que su Presidencia, por decir lo menos, es disfuncional. Si antes no pudo definir claramente qué rumbo quería tomar, enfrentar al PRI en las urnas, o trabajar con el PRI en las reformas de largo plazo, menos después del affaire. Si antes no ejerció liderazgo para que el enfrentamiento entre Gómez Mont y Nava quedara circunscrito al cerrado círculo de Palacio, después quedó como rehén de los dos, en una dinámica que mantiene hoy en día confundidos y consternados a muchos panistas.
Calderon probó carecer de la autoridad que se requiere para que una administración opere institucionalmente. El daño está hecho. Su esquizofrenia en la conducción del affaire sembró más dudas que cuando comenzó hace una semana y media. Autorizó negociar las alianzas, pero luego se arrepintió. En lugar de reprobar a tiempo, trató de cubrir las apariencias. No pudo controlar a sus operadores políticos y se quedó pasamado ante las primeras centellas que salieron del encontronazo. Mandó a una jauría a aniquilar a Gómez Mont y luego reculó. Ordenó decir al público que él no sabía nada de lo que había acordado Gómez Mont, y luego lo calificó como un funcionario leal que cumplió con las tareas encomendadas. En el afán de embarrarle bálsamo a su viejo amigo, lo que logró fue meterse él mismo en el pantano, donde la verdad fue lo primero que se ahogó. Para quien observa las cosas desde afuera, es un tiradero lo que hizo el Presidente.
La política tiene su principal sustento en la certidumbre del compromiso. Si Gómez Mont ofreció su palabra y no la pudo cumplir, deja de ser interlocutor válido. Peor aún, en el descontrol del episodio, dejó exhibidos a gobernadores y dirigentes priistas, que confiaban en la discrecionalidad de su gestión. Si Nava fue excluido de uno de los compromisos tejidos por el secretario de Gobernación, también lo fue el resto del PAN. El Consejo Ejecutivo Nacional se fue a enterar por la prensa de los detalles de una negociación que se había hecho a sus espaldas, con lo cual pasaron a ser de actores de reparto. A diferencia del PRI, el PAN nunca se consideró brazo electoral del Ejecutivo, como quedó ahora de manifiesto ante la manipulación gubernamental.
Es normal que en gobiernos y partidos haya discrepancias profundas y se luche por hacer prevalecer una posición. Lo que no es normal es que sea a la vista de todos y se comprometa a todos los interlocutores. Cuando esto sucede, aquellos con quienes tienen relaciones pierden la confianza por la falta de seriedad que muestran. Cuando pierden el respeto, la posibilidad de establecer compromisos se evapora. Para un gobierno, es el inicio de una pesadilla, pues la funcionalidad que debe tener se rompe. Decía un secretario de Estado la semana pasada que la Secretaría de Gobernación no podía ser manejada con arrebatos. Hoy se podría argumentar lo mismo de Calderón: no puede gobernar con arrebatos. La falta de ligerazgo y autoridad de Calderón lo llevó a una disfuncionalidad institucional que encogió a su gobierno, a su partido y, sobretodo, a él mismo como Presidente.
rrivapalacio@ejecentral.com.mx
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